A veces sucede sin más, siento de nuevo el impulso de poner mis dedos sobre las teclas y dejarme llevar.
No existe una motivación concreta, es puro instinto, me lo pide el cuerpo y ya está. Intentar entenderlo es perder el tiempo.
Ha pasado bastante desde la última vez, pero no por eso es menos importante, más bien todo lo contrario. Parece como si mi cerebro funcionase con ciclos que se autoreciclan que me empujan a pulsar las teclas.
La creatividad no es una de mis mayores virtudes, los que me conocen lo saben bien, pero me motiva bastante la sensación de encontrarme un lienzo en blanco y crear algo nuevo. Me proporciona la oportunidad de enlazar pequeñas partes de ideas o imágenes difusas que permanecen escondidas en los rincones de mi mente y acaban dibujando algo con personalidad propia.
No sé vosotros, pero a mi me relaja, me ayuda a escapar de las cuestiones del día a día y sobre todo a reflexionar, a hacer una pequeña pausa y observar la foto completa con perspectiva.
Este ejercicio me sitúa en una posición excelente para distinguir claramente cómo ha sido el recorrido y hacia dónde va permitiéndome no perder el rumbo.
Sin embargo, lo que más me gusta es la claridad que aporta sobre lo que de verdad importa, la gente que me rodea, el entorno y cómo la combinación de estos dibujan la silueta del camino.
No me siento aprisionado por las líneas cercanas a los bordes, al revés, tengo claro que soy yo quien marca el rumbo, igual de claro que tengo que el entorno, las personas que me rodean y las cosas que de verdad importan son lo que me hacen ser como soy, lo que me hace empujar las líneas y mirar al frente.
Tengo claro que pintar estas palabras es parte de mí.
¡Enhorabuena por haberlo retomado!, Si a ti te aporta claridad y te satisface es algo que merece la pena hacer.
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