viernes, 22 de julio de 2011

El sabor de la libertad

Cada vez más, estoy fieramente convencido de lo insulsos que somos, de cómo malgastamos nuestras vidas en rellenar perfiles en redes sociales, de nuestro inagotable afán por llegar a todas partes y al mismo tiempo a ningún sitio, creando una imagen sobre nosotros que jamás coincidirá con nuestra verdadera esencia, esforzarnos una y otra vez por redimir nuestras impurezas en un mundo donde todos parecemos perfectos.

Siento como ese arrebatador impulso digital se apodera de mi, me transforma, moldea cada uno de mis pensamientos para que cada vez más, sea uno entre seis mil millones, sin importar qué aspectos de mí difieren del resto, desdoblando mi personalidad hacia un oscuro ser, vacío por dentro y efímero por fuera.

En un descabellado intento por despertar de este sueño inducido, lanzo un fuerte aullido de desesperación por sentir el control y el inevitable hecho de estar atrapado por él. Exhalo hasta el último suspiro de la ira que invade mi ser, acumulada durante incontables horas frente a la fría máquina que actúa como portal entre este mundo y la realidad. Me alzo desgastado en busca de una salida; recuerdo que viejas y arraigas costumbres supusieron un gran alivio en el pasado y me pongo manos a la obra.

Camino hacia mi vieja máquina de dar pedales; comienzo rompiendo la cubierta de polvo que se cierne sobre ella como consecuencia de su desesperante letargo; observo fascinado su inquietante simplicidad, resultado de un complejo proceso de ingeniería. Allí está, imperante, aunque no exenta de esas manchas de óxido que delatan su veteranía, esperando con ansia el momento en que pueda volver a sentir la ruda textura de asfalto y grava a velocidades que harían palidecer a muchos.

Enfundado en mi armadura de jinete de las dos ruedas y a lomos de tan valiosa acompañante, pongo rumbo hacia mi destino, sin vacilar, dejando de lado toda preocupación más allá del incesante ritmo de los pedales automáticos que crujen como si fuesen a estallar en mil pedazos, producto de la tensión aplicada por mis desentrenadas piernas. Respiro la sangre de un sufrimiento contenido en cada fuerte pedalada, sintiendo como el sol y la ausencia de brisa alguna, abrasan mis pulmones, cuyo intenso sonido en cada espiración, compite con el atronador ruido de mis cascos.

El terreno se inclina, majestuoso, haciendo de cada metro un auténtico reto. El oxígeno parece escasear, y las gotas de sudor que caen sobre el cuadro, parecen precipitarse a cámara lenta. Levanto la vista oteando el lejano horizonte que conduce a mi meta, autoconvenciéndome de que cada tramo será el último de tan duro camino. De repente, puedo divisar la cima, lo que me incita a derrochar las escasas energías que me quedan en profundas y contundentes pedaladas en pos de alcanzar el final cuanto antes.

Cuando el camino concluye, noto como mi cuerpo reacciona fulgurante, como si la bestia hubiese salido de su jaula, libre para hacer cuanto le plazca, libre para dejar salir toda la potencia que encierra.

Resulta curioso cómo hace casi exactamente un año me sucedía algo similar (http://paraquepensarlo.blogspot.com/2011/06/porque-la-vida-puede-ser-maravillosa.html), aunque menos intenso, quizás como resultado de haber sucumbido más profundamente a la presión ejercida por el mundo digital... sólo quizás.

De lo que no me cabe ninguna duda es de la verdadera importancia que tienen estas sensaciones, son parte de mi, y yo soy parte de ellas, definen mi entorno y éste define mi persona, me hacen ser quien soy. Cada una de ellas es como una pequeña pieza del puzzle que me da forma, cada una sabe a victoria, una liberación.

"Tu corazón es libre, ten valor para hacerle caso" - William Wallace

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