jueves, 9 de junio de 2011

Decir cuatro palabras

Fecha original: Martes, 16 de noviembre de 2010

En ocasiones nos sale decir lo que pensamos cuando lo pensamos y ya está, buscando de modo inconsciente algún tipo de alivio por las ideas que nos atormentan cuando más inoportunamente es necesario estar concentrado en algo, aunque obviamente no siempre se encuentra ese desahogo y es más común de lo que parece acabar creando un efecto contraproducente, especialmente cuando se efectúa la declaración de pensamientos en presencia de más personas.

Sin embargo, hay quien prefiere ¿perder? parte de su tiempo en otorgar a estos pensamientos de entidad propia buscando una reflexión más profunda sobre el por qué de éstos, el cuándo e incluso a veces el cómo.

Palabra escrita mediante, empiezan a dar vida, forma y esencia a lo que piensan, articulando enrevesados párrafos de significación dudosa pero gran belleza, creando una conexión inherente en el lector que percibe de algún modo la verdadera sensación que impulsó semejante acto. Suelen utilizar como fuente de inspiración las propias palabras que sus dedos golpeantes garabatean sobre el teclado para continuar su incesante necesidad de expresar lo que piensan de una forma más abstracta o más directa pero en definitiva, lograr "desembuchar" en forma de palabras tan complejos impulsos electroquímicos que recorren las interfaces sinápticas del cerebro.

Por el contrario, hay quien piensa que no se puede ofrecer un reflejo exacto y fidedigno de los pensamientos, sea cual fuere su naturaleza u objeto y que por tanto, resulta efímero desperdiciar nuestro preciado tiempo en un intento tan poco provechoso, es más, cuestionan la necesidad de transmitir estas sensaciones.

Y no les falta parte de razón, puesto que a pesar de nuestra riqueza léxica y sintáctica, la semántica siempre va un paso por delante arrojando un resultado muy próximo pero nunca igual, perdiendo parte de esta significación en el infinito espacio existente entre las palabras y el entendimiento de éstas.

¿Es este motivo suficiente para cejar en nuestro empeño por liberar el conocimiento que nuestro cerebro tan celosamente absorbe? ¿O tal vez no sea más que una excusa como otras muchas para matener abierto el discurso y erigir la palabra a la vanguardia de nuestra personalidad?

Tal vez sea hora de descubrir cúal es nuestra motivación para llevar a cabo tan rebeldes actos de comunicación forzosa independientemente de si el receptor está interesado o no, tal vez sea el momento de intentar entender para qué forjamos los vínculos que nos unen, o tal vez sea el instante de olvidar el por qué, las retinencias o las represiones, dejarnos llevar, sentir lo que queremos y decir cuatro palabras al respecto.

¿Qué me dices?

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